lunes, 2 de agosto de 2010

Un mundo feliz


Opinión
Un mundo feliz


En casi ningún supuesto una conducta de autoagresión resulta inocua para con los otros.


Por Rubén Sarlo (*).


Luego del fallo de la Corte Suprema sobre la inconstitucionalidad de la penalización en la tenencia de estupefacientes para consumo personal -que no tuvo acatamiento masivo como se preveía- no se advierte ningún cambio positivo para los adictos en el horizonte social de los argentinos.



Autoridades del gobierno bonaerense han expresado públicamente preocupación por el incremento de delitos graves relacionados con el consumo de drogas. Otros sectores poderosos ponen el grito en el cielo porque consideran que se sigue estigmatizando una enfermedad a través del proceso penal.



Mientras tanto, el proyecto nacional en curso para modificar la Ley de Estupefacientes (la 23.737) sigue sin aparecer. Y es público y notorio que los escasos recursos públicos destinados al tratamiento de adictos están muy lejos de satisfacer los proyectos oficiales que se requerirían para adoptar la política de "reducción de daños" que finalmente ubicaría al adicto en el plano exclusivo de la salud pública y definitivamente dejaría trunco el debate que se impone y que los argentinos nos merecemos: ¿las drogas también se relacionan con la seguridad pública, o no?



Porque de acuerdo a qué conclusión se llegue al respecto, deberá ser puesto en marcha el andamiaje estatal para contener el avance permanente del flagelo. Considero tan vital y determinante el tema que insisto en la necesidad de que el gobierno nacional convoque a los ciudadanos para un plebiscito vinculante donde pueda elegir lo que prefiere.





Debate público



No me parece posible -como están hoy las cosas- que desde el Congreso se avale la despenalización de la tenencia de drogas para consumo propio, aún con la doctrina legal emanada recientemente del más alto tribunal nacional, y no porque los órganos jurisdiccionales inferiores no se alineen caprichosamente, sino porque la tremenda importancia de esta cuestión necesita otro marco de debate público donde participen realmente todos los sectores nacionales.



La comisión de "notables" que se ha expedido merece el mayor respeto, pero no nos representan a quienes debimos ser consultados: la gran mayoría de los operadores cotidianos, que podemos dar el crudo diagnóstico desde la trinchera de la calle, allí donde las cosas no son como aparecen sobre los escritorios oficiales. En la mesa de opiniones no están representados todos los protagonistas sociales que deberían estar, por tal razón soy escéptico sobre una nueva legislación que modifique el actual artículo 14 como se pretende desde las altas esferas gubernamentales nacionales.





Una maniobra sutil



Parecería que últimamente se está tejiendo una sutil maniobra publicitaria que pretende modificar los paradigmas y el concepto de "sentido común", para que los ciudadanos admitamos que podemos convivir con las drogas y quienes las utilizan sin ningún tipo de riesgo común. Sólo debemos respetarles "su" privacidad.



La palabra "prohibición" parece tener hoy una significación casi satánica, se promueve el rechazo de los límites impuestos por las normas jurídicas que regulan la convivencia exaltando el derecho que cada uno tiene de hacer lo que quiere consigo mismo. Pero en casi ningún supuesto una conducta de autoagresión resulta inocua para con los otros, quienes estamos al lado.



Este es el punto de inflexión, la bisagra que ocupa el centro de la polémica que no ha sido sometido al debate público abierto; por ello todos los ensayos sobre las consecuencias, o no, son prematuros aún.



El consumo de drogas pone en jaque todas las virtudes, pues acerca al ser humano a la categoría de bestia, inhibe su discernimiento, que es la principal característica humana. Así, esa persona sólo piensa en satisfacer deseos físicos y de demanda del producto ilícito. En ese marco referencial, crudo y veraz, para quienes creemos que la política tiende a la búsqueda del bien común y que la filosofía es una herramienta imprescindible para fijar los códigos de convivencia social parece imposible llegar a la conclusión de que ambas cosas pueden lograrse con un mayor acceso libre a sustancias que alteran el pensamiento.





Daños a terceros



La trascendencia a terceros del problema es notoria. Si el sujeto conduce un vehículo puede causar un desastre sin darse cuenta; si maneja armas otro tanto; si trabaja en lugares donde existen riesgos de la actividad se convierte en una bomba de tiempo. Tan sólo hay que hablar con los padres de un joven dependiente de las drogas, para que nos cuenten cómo su conducta afecta a todo el núcleo familiar, al ámbito de estudio, al laboral y de los amigos.



A simple vista queda puesto de manifiesto que la esfera de privacidad resulta desbordada y hay afectación a los terceros por todos los costados que se busque.



El escritor inglés Aldous Huxley escribió en 1932 el libro "Un mundo feliz", en el cual presentó una sociedad democrática que es al mismo tiempo una dictadura perfecta. Una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse, porque hay un sistema de esclavitud encubierto a través del consumo y los entretenimientos que los hace amar su servidumbre. Para cumplir con ese objetivo, la sociedad que presenta Huxley utiliza todos los medios a su alcance, entre ellos las drogas, porque debe condicionarlos y controlarlos.



Debemos releer varias veces su obra y reflexionar mucho sobre cómo queremos los ciudadanos que se maneje la política de drogas en la Argentina. Por el bien y el futuro de todos.





(*) Fiscal del Departamento Judicial de La Plata.



Fuente: http://www.novacolombia.info/nota.asp?n=2010_8_2&id=19711&id_tiponota=3

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